El Sr. Thomson vaga muchas veces por el jardín, y en esa tranquilidad que dan las flores encuentra la suya, la presencia de otras personas le excita y le inquieta, esa presencia hace que busque y elabore una identidad rápidamente; estar en el jardín solo le ofrece una comunión muda y profunda con la propia naturaleza y también la sensación renovada de estar en el mundo, de ser real.
Capítulo 13. Sí, Padre-Hermana.
La señora B., antigua química, había experimentado un cambio de personalidad, se volvió chistosa, impulsiva y “superficial”, su amiga decía que ya no se preocupaba por nada.
Al principio creían que era hipomaníaca pero luego se dieron cuenta que tenía un tumor cerebral. La Sra. B. tenía un carcinoma inmenso que afectaba a los sectores orbitofrontales de los dos lados frontales.
La primera impresión que tuvo el Dr. Sacks de ella fue que era una chica muy alegre y divertida.
La Sra. B. le dijo al Dr. Sacks que parecía un cura (padre) por la barba, una hermana por la bata blanca y un médico por el estetoscopio, el Dr. Sacks se quedó muy extrañado con eso y le preguntó si lo miraba a él en absoluto y ella contestó que no. Conocía la diferencia entre padre/hermana/médico y también entre izquierda/derecha pero decía que no significaba nada para ella, el Dr. Sacks le preguntó que si ese “no significar nada…” le molestaba y ella le contestó que no.
En el rostro de la Sra. B. no se reflejaba ninguna expresión de ayuda; su mundo estaba vacío de sentido y de significado; nada resultaba ya “real” (o “irreal”); todo era “equivalente”o “igual”; todo el mundo había quedado reducido a una insignificancia jocosa. Esto le parecía muy raro al Dr. Sacks y también a las amigas de la Sra. B., pero ella se mostraba indiferente, despreocupada. La señora B. no estaba presente como persona.
Cap.14: “Los poseídos”
En el capítulo diez el Dr. Sacks hablaba del síndrome de Tourette qie tenía Ray, en ese capítulo nos decía que algunas personas pueden estar hasta poseídos por este síndrome, estas personas apenas serían capaces de integrar una identidad real en medio de la presión y el caos tremendos de los impulsos tourétticos. En este capítulo vamos a hablar del síndrome de Tourette pero en una forma más avanzada, más fuerte, es el síndrome de supertourette.
Esta forma del síndrome cuando posee a una persona desintegra su personalidad y la conduce a una forma extraña, fantasmagórica, pantonímica y con frecuencia imitativa de «psicosis» o frenesí. Esta forma del síndrome es muy rara, no se da tanto como la forma base/original de este síndrome. Se distingue en su fenomenología y su psicología subyacente, y exclusiva. Guarda afinidades con las psicosis motoras frenéticas que a veces provocan la L-Dopa y con los frenesís confabulatorios de la psicosis de Kornakov. Todos estos trastornos pueden casi aplastar a una persona.
Por la calle el Dr. Sacks vio a más de una persona que no sólo tenía tics y convulsiones del movimiento (tourette) sino tics y convulsiones de la percepción, la imaginación, las pasiones…de toda la personalidad (supertourette).
A estas personas no se les podía ver en una clínica porque allí no se podía observar un trastorno que, aunque de origen orgánico, se expresa en impulso, imitación, personificación, reacción, interacción, llevados a un extremo y a un grado casi increíbles; la clínica es adecuada para una neurología sistemática y científica, reducida a tareas y pruebas fijadas. Se les tiene que observar en la calle.
La «neurología de la calle» tiene antecedentes respetables. En la calle fue donde James Parkinson descubrió la enfermedad que ahora lleva su apellido, ésta se debe de observar en la calle.
Al tratar a Ray, el Dr. Sacks veía a mucha gente por las calles de Nueva York, gente que padecía lo mismo que Ray. Pronto recordó a una viejecilla que parecía ser el centro de un alboroto, esta anciana tenía unas convulsiones increíbles. El Dr. Sacks se acercó, aquella anciana estaba imitando a todos los transeúntes, captaba a todas las personas y las caricaturizaba, adoptaba y asimilaba las características y las remedaba. Aquella mujer que imitaba a todos los que pasaban por la calle perdía su yo, se convertía en nadie. La anciana se fue a una calle donde apenas pasaba gente y allí vomitó las identidades engullidas de las últimas cincuenta personas que le habían poseído en tan solo diez segundos, al Dr. Sacks le sorprendió bastante, nunca había vivido algo parecido y este hecho le fue de gran ayuda.
Una persona que padece tourettismo percibe su desdicha con una agudeza aplastante y quizás irónica, aunque puede que sea incapaz de hacer algo al respecto, a esta persona la arrastra el impulso extravagante, se ve arrastrado a una situación ambigua con su trastorno.
El ego de una persona que padece Tourette se halla sometido a un bombardeo que dura toda la vida por no tener un yo. Se ve seducido, asaltado, por impulsos que vienen de dentro y de fuera, estos impulsos son orgánicos, convulsiones, pseudopersonales y seductores. Aunque esa persona logre mantenerse completa y soberana, aunque se vea arrebatada, poseída y desposeída por todos los impulsos y las necesidades primordiales, tiene una presión fisiológica, existencial, casi teológica, que pesa sobre el alma de la víctima del tourettismo.
Para Hume la identidad personal es una ficción: no existimos, no somos más que una sucesión de sensaciones o percepciones, esto no se cumple en una persona normal porque éste posee sus propias percepciones pero si es aplicable a un ser tan inestable como el que padece supertourettismo, cuya vida es una sucesión de movimientos y percepciones convulsivos o imprevisibles, una agitación fantasmagórica sin centro ni sentido alguno. En ese aspecto el paciente del síndrome de Tourette es un ser «humeano» más que humano, es decir, un ser insensato, absurdo que es lo que significa humeano.
La víctima del supertourettismo se ve obligada a luchar para sobrevivir…para convertirse en un individuo, y sobrevivir como tal, frente a un impulso constante. En la mayoría de los casos la víctima lo consigue… pues la capacidad de supervivencia, la voluntad de sobrevivir es la más fuerte de nuestro yo. La salud, la salud militante, es la que finalmente triunfa.
Cap.15: “Reminiscencia”
A la señora O'C., un poco sorda pero con lo demás en perfecto estado, una noche le pasó algo muy extraño, en enero de 1979, soñó clara y nostálgicamente con su infancia en Irlanda, con las canciones que allí cantaban y con la música que bailaban, cuando despertó seguí escuchando la música y creyó que alguien se había dejado alguna radio encendida pero después de comprobar todas las radios se dio cuenta de que no había ninguna encendida, después pensó que eran los empastes porque había oído rumores de que los empastes emitían sonidos, se quejó a la enfermera y ésta le dijo que a sus empastes no les pasaba nada, más tarde pensó que qué radio iba a poner las canciones que a ella le gustaban y nada más y se preguntó si la radio estaría en su cabeza. Estaba desconcertada, su última esperanza era su ENT, el otólogo, así que aquella mañana fue a visitarle y él le dijo que no eran los oídos y que quizás debería de ir al psiquiatra, la señora O'C. fue y éste la mandó al neurólogo, a ver a Sacks.
Cuando le visitó, la conversación no fue fácil porque la música apenas le dejaba escuchar lo que decía el doctor, sólo le podía oír cuando sonaban las más débiles. El Dr. Sacks no pudo localizar ningún problema neurológico, pero sospechaba que la música era «neurológica». El Dr. Sacks se preguntaba qué podría haberle sucedido a la señora O'C. para llegar a aquella situación, ella tenía ochenta y ocho años, buena salud, y no le administraban ningún medicamento, y el día anterior estaba normal.
La señora O'C. le preguntó si era algún ataque y él le dijo que podría ser pero que no corría peligro y que mantenga la calma, a lo que ella contestó que no era fácil cuando tenía en su cabeza un océano de sonidos.
El Dr. Sacks quiso hacer un electroencefalograma para prestar atención a los lóbulos temporales del cerebro, todavía no podía hacerlo, en el periodo de espera se atenuó la música, disminuyó de intensidad, y era menos persistente. Cuando puede hacer el electroencefalograma sólo oía fragmentos breves y esporádicos. Le instalaron y le aplicaron los electrodos en la cabeza y el Dr. Sacks le pidió que levantase el dedo índice de la mano derecha cada vez que la oyese. En dos horas levantó el dedo tres veces y cada vez que lo hacía las plumas del electroencefalograma resonaban y transcribían picos y olas agudas en los lóbulos temporales del cerebro. Esto confirmó que tenía ataques, los cuales son la base invariable de la «reminiscencia» y de las alucinaciones experimentales. El doctor realizó una exploración cerebral y mostró que había tenido una pequeña trombosis o infartación en una parte del lóbulo temporal derecho, las canciones eran consecuencia de un ataque y lo mismo que remitió éste, «remitieron» las canciones. A mediados de abril habían desaparecido y el Dr. Sacks le preguntó que qué pensaba de todo esto y si echaba de menos las canciones, ella dijo que era un gran alivio pero que sí que las echaba de menos porque
ahora no era capaz de recordarlas y aquello era como haber vuelto a su infancia. El término que el Dr. Sacks utilizaba para esto era «nostalgia incontinente». El Dr. Sacks no trató ningún caso similar hasta junio del año pasado en que examinó a la señora O'M. que había estado ingresada en las misma institución, tenía ochentaitantos años, estaba un poco sorda, era inteligente y despierta. Oía música dentro de la cabeza y a veces un zumbido, también voces que hablaban aunque no entendía lo que decían. Todo comenzó un día que estaba ella en la cocina y empezó a escuchar una canción pensó lo mismo que la señora O'C. que se habían dejado una radio encendida, los miró todos y observó que estaban apagados; esto sucedió en 1979 pero la música continúa hasta cuatro años después, la señora O'M. tenía la preocupación de si estaba loca, pero la monja le contó que ya había pasado antes y se tranquilizó, y todavía más después de hablar con el Dr. Sacks.
Al principio sólo oía tres canciones, el Dr. Sacks le preguntó si esas canciones le gustaban o tenían algún significado, ella contestó que no, que no le gustaban y que no tenían ningún significado, hasta llegó a odiarlas. Después la música se hizo compleja y variada. La señora O'M. tenía una cierta sordera en el oído interno, dificultad para percibir y distinguir los tonos, los neurólogos lo denominan amusia, que está correlacionada con una deficiencia de función en los lóbulos auditivos (o temporales) del cerebro. Comentó que su música interior era más vivida cuando se despertaba y menos cuando se acumulaban otras impresiones sensoriales. Le hicieron un electroencefalograma que indicó excitabilidad y un voltaje elevado en ambos lóbulos temporales. Cuando la señora O'M. oía algo, las hondas de alto voltaje se hacían agudas, como picos, y convulsivas, esto confirmaba que padecía una epilepsia musical asociada con un trastorno de los lóbulos temporales. El Dr. Sacks no sabía que les pasaba porque la música está llena de sentimiento y de sentido, y la epilepsia sugiere lo contrario (sin sentimiento ni sentido).
La señora O'M. oía y veía al Dr. Sacks con dificultad en sus alucinaciones y la señora O'C. también.
Las alucinaciones o sueños epilépticos que sentían no son fantasía, según demostró Penfield eran recuerdos acompañados de las emociones que sentían en ese momento. Su carácter extraordinario y coherentemente detallado indicó a Penfield que el cerebro mantenía un registro casi perfecto de toda la experiencia vital y por ello podía evocarse o provocarse siempre. La variedad de estas escenas y recuerdos convulsivos hicieron pensar a Penfield que esta reminiscencia carecía de sentido y que era imprevisible. A Penfield le impresionaba la frecuencia de los ataques musicales y a menudo divertidos, en el libro nos cuenta varios casos de pacientes como estas dos señoras. ¿Hay alguna razón por la que canciones concretas sean «seleccionadas» por pacientes concretos? Penfield cree que
no hay ninguna razón y que la selección realizada no tiene ningún significado, él llega a la conclusión de que la selección se realiza «completamente al azar, salvo que haya alguna evidencia de condicionamiento cortical».
Muchos dicen que la señora O'M. era propensa a tararear esas canciones inconscientemente mucho antes de los ataques alucinatorios, esto indica que ya estaban «seleccionadas».
Sacks comenta un artículo que salió en el New York Times titulado « ¿Tenía Shostakovich un secreto? »; el «secreto» de Shostakovich se decía que era la presencia de una esquirla metálica en su cerebro, él se mostraba muy reacio a que se la quitasen, decía que cuando inclinaba la cabeza hacía un lado podía oía música, tenía la cabeza llena de melodías que luego componía. El Dr. Sacks le dio el artículo a la señora O'M., su reacción fue vigorosa y clara, decía que ella no era Shostakovich, que no podía utilizar esas canciones, que si para él eran un don para ella era un fastidio, él no quería tratamiento y ella sí. El Dr. Sacks le aplicó un tratamiento con anticonvulsivos y dejó de tener convulsiones musicales. Cuenta que hace poco la volvió a ver y le preguntó que si las echaba de menos, ella contestó que no, que estaba mejor sin ellas.
En el caso de la señora O'C. la epilepsia era diferente desde el principio. En las primeras 72 horas hubo un ataque o «status» de ataque abrumador. Había una sensación abrumadora de ser de nuevo una niña, en su hogar, en los brazos y en la presencia de su madre. Puede ser que estos ataques tengan un origen filosófico y personal al mismo tiempo. En el caso de la señora O'C. la necesidad nostálgica era más crónica y profunda, puesto que se quedó huérfana antes de los 5 años, la llevaron a América a vivir con su tía (una señora soltera y muy odiosa), la señora O'C. no tenía ningún recuerdo de su infancia. Había intentado muchas veces recuperar los recuerdos perdidos y olvidados pero no lo había conseguido, ahora los recuperaba gracias al trastorno cerebral, decía que era como abrir una puerta…una puerta que había permanecido cerrada toda su vida.
Esther Salaman dice que todos somos «exiliados de nuestro pasado» y como tales necesitamos recuperarlo.
A diferencia de la señora O'M., a quien los ataques le resultaban agotadores y tediosos, a la señora O'V. le perecían un alivio para el espíritu. Le proporcionaban el sentido elemental que ella había perdido (haber tenido hogar, haber sido mimada, amada y cuidada). La señora O'C. rechazó los anticonvulsivos, decía que necesitaba esos recuerdos, que siguiesen… aunque fuesen a acabar muy pronto. Ella conocía en sus ataques, una felicidad extraordinaria, sentía su enfermedad como salud, como curación. Cuando su enfermedad mejoró decía que ya se habían cerrado las puertas, que estaba perdiendo esos recuerdos otra vez. En su caso la «reminiscencia» epiléptica se centró en algo inconsciente, en
experiencias desvanecidas o desterradas de la conciencia, y las restauró, sacándolas a la conciencia y al recuerdo pleno. Aunque la puerta se cerró, la experiencia en sí no se olvidó. Ella la apreció como una experiencia significativa y salutífera, decía que se alegraba de que sucediese, que había sido la experiencia más saludable y feliz de su vida. Los ataques de la señora O'C. aportaron un centro a una vida que carecía de él, le devolvieron la infancia que había perdido…y con ella una serenidad no experimentada hasta entonces y que persistió el resto de su vida.
Cap.16: “Nostalgia incontinente”
El doctor Sacks llegó a calificar a la L-Dopa como “una especie de máquina del tiempo extraña y personal”. El Dr. Sacks se puso a escribir la historia de una paciente que se llamaba Rose R. y pensó menos en términos de “reminiscencia” y más en términos de “obstrucción” esta señora no había pasado nunca del año 1926; pronto se acordó en los términos que escribía Harold Pinter describiendo a “Deborah” en A Kind of Alaska, que contaba lo siguiente:
«Uno de los efectos de la L-Dopa administrada en los pacientes posten_
cefalíticos, es la reactivación de síntomas y pautas de conducta presentes en una etapa muy anterior a la enfermedad, pero “perdidas” después. Hemos comprobado el retorno y la reactivación de recuerdos, sueños “olvidados”» después ponía el ejemplo de una señora mayor, de sesenta y tres años, que tenía parkinsonismo postencefalítico progresivo desde los dieciocho años, llevaba hospitalizada desde los veinticuatro años en un estado de “trance” oculogírico casi continuo. La L-Dopa produjo en ella un alivio logírico, permitiendo que el movimiento y el habla fuesen casi normales. Pronto siguió una agitación psicomotora con potenciación de la libido. Este período se caracterizó por nostalgia. Esta señora pidió una grabadora y grabó innumerables canciones obscenas, chistes, versos “picantes”…. Estos estaban animados con alusiones repetidas a acontecimientos de la época, evocaban un mundo del pasado. La paciente decía: «es increíble; no puedo entenderlo; hace más de cuarenta años que no oía esas cosas ni pensaba en ellas; pero ahora recorren sin cesar mi pensamiento». El aumento de la agitación les obligó a reducir la dosis de L-Dopa, y con ello la paciente,
“olvidó” instantáneamente estos recuerdos lejanos y nunca volvió a ser capaz de recordar un solo verso de aquellas canciones que había grabado.
La reminiscencia forzada es bastante común en los ataques de jaqueca y de epilepsia, en los estados psicóticos e hipnóticos y como reacción al potente estímulo mnemónico.
Penfield y Perot han podido evocar recuerdos estereotipados estimulando puntos epileptogénicos del córtex, y han deducido de ello que los ataques que se producen de modo natural en esos pacientes, o los inducidos artificialmente, activan “secuencias de recuerdos fosilizada” en el cerebro.
Pero Harold Pinter y sus compañeros creen que su paciente tiene almacenado un número casi infinito de rastros de memoria “latentes”, algunos pueden reactivarse en condiciones especiales. Creen que estos rastros están grabados indeleblemente en el sistema nervioso y pueden subsistir indefinidamente en estado de suspensión debido a la falta de estímulo o bien debido a una inhibición positiva. En cambio, dudan de que pueda decirse en rigor que los recuerdos de su paciente hubiesen estado
simplemente “reprimidos” durante su enfermedad, y se “desreprimiesen”
luego debido a la L-Dopa.
La reminiscencia forzada parecía ser una excitación, mientras que la reminiscencia incontinentemente nostálgica de la vejez y a veces de la embriaguez, parece más próxima a una desinhibición y un descubrimiento de estros arcaicos. Estos estados pueden “liberar” recuerdo, y todos ellos pueden conducir a una re-experimentación y una re-presentación del pasado.
Cap.17: “Un pasaje a la India”
Bhagawhandi P., una muchacha india de diecinueve años, tiene un tumor (un astrocitoma) maligno en el cerebro. El tumor se había manifestado cuando tenía siete años pero era de escasa malignidad y estaba bien delimitado, eso permitió una resección y una recuperación completa y que Bhagawhandi hiciese vida normal.
Esta tregua duró diez años, ella sabía que tenía una “bomba de tiempo” en la cabeza.
El tumor volvió a aparecer a los dieciocho años pero más expansivo y más maligno. No era posible extirparlo. Se efectuó una descompresión para permitir que se expandiera, ingresó en la clínica con debilidad y parálisis del lado izquierdo, con ataques esporádicos y otros problemas. Ella parecía aceptar el destino que le esperaba, aún así quería relacionarse, disfrutar y experimentar mientras pudiese. El tumor iba creciendo y avanzando hacia el lóbulo temporal; le administraron esteroides para reducir el edema cerebral, los ataques se hicieron más frecuentes y más extraños.
Los primero ataques habían sido convulsiones de grand mal; los nuevos tenían un carácter diferente, no perdía la conciencia, sino que parecía como “ensoñando”, había pasado a tener ataques del lóbulo frontal frecuentes, que se caracterizaban por “estados de ensoñación” y “reminiscencia” involuntaria.
Esta ensoñación adquirió un carácter más definido, más concreto y más visionario; adquirió la forma de visiones de la India, eran lugares en los que la muchacha había estado y había amado de niña. El Dr. Sacks le preguntó que si le molestaban esos “sueños” y ella contestó que no, que era como volver a su país, a su casa.
En un principio parecían ataques del lóbulo frontal, pero luego lo dudaron porque esos ataques suelen tener un formato bastante fijado (una sola escena o canción que se repite), en cambio, los sueños de Bhagawhandi no tenían ese carácter fijo, desplegaban panoramas en cambio constante y paisajes que se disolvían ante sus ojos. ¿Estaba Bhagawhandi intoxicada y alucinaba debido a las enormes dosis de esteroides que estaba recibiendo? parecía posible pero no le podían reducir la dosis porque sino moriría en cuestión de días.
Una “psicosis de esteroides” suele ser desorganizada y agitada, mientras que Bhagawhandi estaba siempre lúcida, tranquila y serena. Había una especie de fantasmagoría, los fantasmas eran recuerdos. Se producían con conciencia y juicio normales, no estaban “hipercateterizados” o cargados de impulsos apasionados.
Los sueños, las visiones, se hicieron más frecuentes, más profundos. Ocupaban la mayor parte del día, la veían arrebatada pero siempre con una sonrisa dulce y misteriosa. Si alguien le preguntaba algo, ella respondía inmediatamente, con lucidez y cortesía, pero las enfermeras de allí tenían la sensación de que estaba en otro mundo. El Dr. Sacks también opinaba lo mismo, pero no quería indagar aunque sentía mucha curiosidad.
Una vez el Dr. Sacks le preguntó:
«¿qué pasa, Bhagawhandi?»
Y ella le dijo:
«me estoy muriendo. Me voy a casa. Regreso al lugar del que vine…sí, podríamos decir que es mi regreso».
Pasó una semana y dejó de reaccionar a los estímulos externos, parecía completamente encerrada en un mundo propio y aún seguía presente en su rostro aquella sonrisa serena y feliz.
El personal decía que estaba haciendo su viaje de regreso y que pronto llegaría. A los tres días Bhagawhandi murió, o mejor dicho llegó, después de completar su viaje a la India.
Cap.18: “El perro bajo la piel”
Stephen D. un chico de veintidós años que estudia medicina y consume drogas, un día soñó que era un perro y que estaba en un mundo increíblemente rico y significativo en olores. Al despertar, se encontró en un mundo así, con esas cualidades, él decía que era como si hasta ahora hubiese estado ciego a todos los colores y ahora se encontraba en un mundo lleno de color, se había potenciado la visión cromática y también la percepción visual eidética y de la memoria. Pero lo que realmente se había transformado en este nuevo mundo fue la exaltación del olfato, Stephen contó que él había soñado que era un perro y que cuando despertó se encontró en un mundo infinitamente fragante, también dijo que entró en una tienda de perfumes y que cada uno le parecía único, evocador, en definitiva, cada perfume era un mundo. Stephen podía distinguir a todas sus amistades y a los pacientes por su fragancia, por su olor; entraban en la clínica, olfateaba como los perros y podía identificar a los veinte pacientes que había allí. Podía oler las emociones de los demás, identificar las calles, las tiendas, y todo ello por el olor. Experimentaba un impulso de olerlo y tocarlo todo y eso a los testigos les parecía impropio. El pensamiento, la abstracción y la categorización pasaron a resultarle difíciles e irreales, dada la inmediatez perentoria de cada experiencia.
Después de tres semanas, cesó esa extraña transformación, sus sentido volvieron a la normalidad, Stephen se alegraba de haber vuelto pero también decía que era una pérdida tremenda, ahora ve a lo que los seres humanos hemos renunciado por ser civilizados y humanos, dice que necesitamos lo “primitivo”, a veces, siente nostalgia por aquel mundo de olor, aquel mundo fragante, tan vívido, tan real, dice que era como una visita a otro mundo, a un mundo de percepción pura, rico, vivo, autosuficiente, pleno, quiere volver de vez en cuando.
Freíd escribió que el sentido del olfato del hombre era una “baja”, algo reprimido en el desarrollo y la civilización. Lo que el Dr. Sacks constata es la universalidad de la inhibición, incluso a nivel perceptivo más elemental: la necesidad de inhibir lo que Head consideraba primordial y lleno de tono-sentimiento, y que llamaba “protopático”. Head dice que quizás deberíamos de ser hombres y no perros, en cambio la experiencia de Stephen D. recuerda al Sr. Sacks el poema de “el canto de Quoodle” que es que a veces necesitamos ser perros y no hombres.
Posdata:
Un hombre, sufrió una lesión en la cabeza y perdió el sentido del olfato. Este señor decía que uno no se da cuenta de hasta qué punto el “sabor” es olor, su mundo, según él, se empobreció radicalmente, tenía una sensación de anhelo, un deseo de recordar el mundo de olores al que no había prestado ninguna atención consciente. Una vez, el café, que se había hecho “insípido”, empezó a recuperar el sabor y con la pipa captó una chispa del rico aroma que amaba. Muy emocionado fue al médico pero él le dijo que no había recuperado el sentido del olfato, que todavía padecía anosmia total y que era curioso que “oliese” la pipa y el café, le dijo que se ha desarrollado una imaginería olfativa, al tomar el café o encender la pipa puede evocar o re-evocar esas sensaciones inconscientemente, y con tal intensidad como para pensar que son “reales”. Ahora olfatea y “huele” la primavera, puede engañarse a sí mismo y engañar a los demás haciendo creer que huele de verdad.
Cap.19: “Asesinato”
Donald mató a su novia estando bajo la influencia del PCP. No tenía ningún recuerdo del hecho. Los detalles del asesinato, expuestos en el informe forense, fueron ocultados al público y al propio Donald. No queda ningún recuerdo y puede que no hubiese ninguna intención de violencia, a los que los cometen no se les considera ni responsables ni culpables pero no por ello comprometen menos su propia seguridad y la ajena.
Estuvo cuatro años en un hospital psiquiátrico, tenía dudas de si era delincuente o loco, él decía, con tristeza, que no estaba en condiciones de vivir en sociedad. Le interesaban las plantas desde siempre, por tanto, se hizo cargo de un terreno olvidado y desatendido y creó jardines de flores, de plantas aromáticas y de todo tipo. Con ello, perecía que había encontrado una especie de austero equilibrio. Las relaciones humanas y las pasiones humanas habían sido reemplazadas por una calma extraña. Tras cinco años empezó a salir bajo palabra, se compró una bici, por la cual precipitó el segundo acto de su extraña historia.
Bajaba pedaleando por una cuesta bastante inclinada, cuando surgió un coche mal conducido, en dirección contraria; Donald intentó desviarse para evitar el golpe, pero perdió el control y acabó precipitándose violentamente, de cabeza, contra el firme de la carretera.
Sufrió una grave herida en la cabeza y contusión grave en ambos lóbulos frontales, entró en coma, hemipléjico, y así permaneció durante dos semanas, luego empezó a recuperarse y empezaron las “pesadillas”. El regreso de la conciencia vino acompañado de una vorágine y una agitación desagradables, al aclararse la conciencia, se aclaró con ella un recuerdo que ahora resultaba terrible. El asesinato, antes perdido para la memoria, se alcanzaba ahora ante él con gran intensidad, Donald veía continuamente el asesinato. Se trataba de “reminiscencia” auténtica e incontrolable, ahora conocía los detalles del asesinato revelados por el informe pero que no se habían revelado en el juicio ni tampoco a él. Todo lo perdido u olvidado era recuperado e insoportable. Donald intentó suicidarse tres veces. Los recuerdos tenían una carga psicótica, provocaban en Donald ideas continuas de suicidio. Ninguno de los médicos había oído o leído nada parecido hasta entonces. Él no era impulsivo, grosero e indiscriminado pero los recuerdos y los sentimientos del asesinato lo obsesionaban y lo atormentaban. Con los electroencefalogramas se comprobó que tenía una agitación incesante, una epilepia profunda, en ambos lóbulos temporales. La mayoría de las experiencias o reminiscencias que describía Penfield eran de un tipo más bien pasivo. Ninguno de los médicos habían tenido noticias de un paciente que reexperimentase un hecho, y esto era al parecer lo que le pasaba a Donald. No se llegó a una decisión clara.
Con el paso del tiempo, las funciones del lóbulo frontal son ya casi
normales, los nuevos anticonvulsivos han permitido un control de la agitación del lóbulo temporal.
Donald ha vuelto a la jardinería, siente paz trabajando en el jardín, allí no surgen conflictos porque las plantas no tienen ego, no pueden herir sus sentimientos. La terapia definitiva de Freíd es trabajo y amor. Donald no ha olvidado nada del asesinato pero ya no está obsesionado, ha alcanzado un equilibrio fisiológico y moral.
Cap.20: “Las visiones de Hildegard”
Hilderag de Bingen, una moja, experimentó innumerables “visiones” desde pequeña hasta el final de su vida, ha dejado imágenes y relatos de dichas visiones en los Scivias y Liber divinorum operum, son jequecosos e ilustran variedades del aura visual. Hilger selecciones los fenómenos más característicos como un punto o un grupo de puntos de luz que chispean y se mueven y suelen considerarse estrellas; y figuras circulares con formas de fortificación definidas que irradian en algunos casos de un área coloreada. Hildegard escribió que las visiones las contempla despierta, alerta y con los ojos del espíritu y los oídos interiores, las percibe abiertamente y de acuerdo con la voluntad de Dios. En una visión las estrellas caen y se apagan en el océano y esto para ella significa “la caída de los ángeles” ella lo comenta así: «una multitud innumerable de estrellas fugaces siguen hacia el sur, y de pronto fueron arrojadas al abismo asique no pude verlas más» ésta es la interpretación alegórica de Hildegard. La interpretación de los médicos es que experimentó un chaparrón de fosfenos que cruzaron el campo visual, tras lo cual se produjo un escotoma negativo. Dice que la luz que ve no está localizada, por ello la llama “la nube de la luz viva” los escritos, las palabras, las virtudes y las obras de los hombres brillan en ella ante Hildegard, a veces ve dentro de esa luz otra a la que llama “la nube de la luz viva en sí” cuando la contempla se borran de su memoria todas las tristezas y los pesares.
Un acontecimiento fisiológico, banal, desagradable o intrascendente para la inmensa mayoría de las personas, puede convertirse, para una conciencia privilegiada, en el substrato de una suprema inspiración extática.
Hildegard dice que hay momentos en que sientes la presencia de la armonía eterna, si ese estado durase más de cinco segundos, el alma no podría soportarlo y tendría que desaparecer; durante esos cinco segundos ella vive una existencia humana completa y por eso podría dar su vida eterna sin pensar que estuviese pagando demasiado...